lunes, 30 de diciembre de 2013

Decisiones

Creo que encontré la fórmula de la felicidad. Es algo que no es muy secreto, todos lo sabemos y la hemos usado más de una vez, pero nunca, tal vez, la hemos visto de esa manera. La fórmula de la felicidad es el poder y la capacidad para tomar decisiones. Sin más ni menos.

Claro, muy obvio. No tanto. Deténganse a pensar. ¿Qué es eso que nos pone mal? ¿Por qué estamos pasando un mal momento? ¿Estoy cómodo o estoy feliz? ¿Me siento útil o uno más del montón?

Hace un tiempo lo había descubierto casi sin darme cuenta. La clave es tomar decisiones. Cambiar los rumbos, plantearse nuevos objetivos y arriesgarse. Hace un par de años ya (como tres en realidad) empecé este nuevo camino en búsqueda de la felicidad. Todo se fue dando mientras tomaba decisiones que eran drásticas en mi vida.

Porque lo que también hay que decir y aclarar es que no es algo tan fácil. No es que uno decide y listo. Hay que hacerlo y en la acción también surgen consecuencias, buenas y malas, que hay que ponerse en la espalda, sacar los remos y darle para delante. Convencido. Con fuerza y metiéndole con todo. Atropellar la realidad con convicción y dejarse llevar por ese camino que se va abriendo naciendo en una simple (o compleja) decisión.

Este año fue así para mí. Tuve que tomar decisiones. De las difíciles. Me costaron mucho, me dolieron, me hicieron llorar. Pero poco a poco todo fue mejorando. No fue para nada fácil. Tuve que esforzarme mucho, quería reventar en algunos momentos y muchos otros no encontraba la forma. Pero es virtud de cada uno el poder relacionarse con las personas correctas, encontrar el apoyo que todos necesitamos para este tipo de acciones.

Cuando uno toma una decisión no lo hace solo. Involuntariamente y no tanto, involucra a muchas otras personas y otras tantas van apareciendo en el camino como puestos de abastecimiento. Son el sostén que se necesita para seguir adelante, para descansar un rato, juntar más fuerzas y seguir.

Siempre hay que seguir. Si ya tomamos la decisión hay que seguir adelante por más costosa y lejana que parezca la solución, está allá. Más cerca, más lejos. Si realmente queremos la vamos a encontrar. Y cuando lo hagamos la felicidad va a ser absoluta. Todo ese esfuerzo va a valer la pena. La gratificación va a ser infinita.

Así fue mi año. Tuve que tomar difíciles decisiones. Me dolieron, pero seguí adelante, encontré los apoyos que necesitaba y me esforcé para que ahora, a fin de año, todo valiera la pena. Si hay algo que extraño, pero eso ya no depende de mí. Uno hace todo lo que puede, pero tampoco se obtiene todo lo que se quiere.

Hay que disfrutar los logros, y aprender de las experiencias. Tomar decisiones es la clave de la vida, siempre y cuando uno quiera ser (aunque un poquito más) feliz.

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