Nadie avisa
cuando algo va a cambiar. Simplemente pasa. Algo cambia de un día para el otro,
y en unas semanas se hace algo habitual. Meses más tarde se pierde la auténtica
noción de lo que era.
Cambia todo
de repente como quien prende y apaga el velador de la mesita de luz. Como quien
cae dormido y despierta. Ya cambió y ni nos dimos cuenta.
Ya lejos en
el tiempo y a muchos aniversarios de ese cambio todo es confuso e irreal. Nada
es como era ni volverá a serlo. Lo malo no fue tan malo y lo bueno no fue tan
bueno, ¿o no? No se sabe porque cambió, pero tengo una idea: se apagaron las energías. Porque la gente se conecta. Existe
un campo magnético y energético que hace que la gente cuando se necesita se
atraiga mágicamente y se entrelaza, como esos viejos rulos de los cables telefónicos.
A esa
persona que necesitabas y tus energías llamaron, de repente, baja la tensión,
la intensidad y todo se pierde. No estoy tan seguro que sea de golpe, más bien
es algo lento e imperceptible. Como cuando una vela se va quemando. La llama
está, pero la cera va cayendo por los costados y la vela va reduciendo su
tamaño hasta que se apaga. Y listo. Ya no prende más. Esa vela se apagó y no
nos dimos cuenta. O nos dábamos cuenta y no hicimos nada para evitar que se
apague.
Todo cambió
y se perdió de la dimensión de lo que era. Seguro fue lindo y hubo algunas
cosas que no tanto. De todas formas duele. Los cambios duelen, hasta que nos
damos cuenta que “mañana es mejor”.